Para 1971 los uruguayos estaban de elecciones y un supuesto fraude culminó en el triunfo del partido colorado con Juan Maria Bordaberry a la cabeza.
Quien fuera el mayor artífice del período de facto en Uruguay, logró (según el consenso oficial que no contempla la opción de fraude) mediante la Ley de Lemas conjugar todos los votos a su partido y así vencer al candidato blanco Wilson Ferreira, y al frenteamplista Liber Seregni.
Dos años más tarde, el escenario era el mismo y pasaba a agravarse velozmente. Los sucesos de febrero de 1973, sembraban la sospecha en el pueblo, y las Fuerzas Armadas (FFAA) tomaban de a poco el control de una triple crisis (económica, social y política), que ya era insostenible.
La duda culminó el 27 de junio de 1973, cuando el presidente anunciaba la disolución de las cámaras de legislación, y asimismo disponía el cierre de cualquier medio de prensa que perturbara “la tranquilidad pública” o aludiera al término dictadura.
Haciendo caso omiso al comunicado expreso del presidente, el diario “Acción” publica en primera plana “Golpe de estado” y es inmediatamente extirpado de todo punto de venta o difusión.
Para ese mismo año (cuando los vientos de resistencia empezaban a ser “apaleados” por el régimen), nacía “La brocha”, revista de humor “limpio”, de la que solo hubo siete números.
Los escritores y humoristas de nuestro país comprendieron que debían ser más audaces y cautelosos a la hora de publicar, y comenzaron a “disfrazar” la opinión pública de forma tal que la perspicacia militar no la notara.
He allí los esfuerzos de “Marcha” y “El dedo”. El primero, semanario periodístico de categoría nacional, que el 30 de junio de 1973 publica el titular “NO ES DICTADURA” junto al decreto presidencial que disolvía las cámaras parlamentarias.
Esta descarga de ironía fue la mejor “tomada de pelo” que recibieron los militares, y poca era su sagacidad porque tardaron tanto en la respuesta, que para cuando decidieron desmantelar “Marcha”, “el pastel ya estaba armado”.
“El dedo” dirigida por Antonio Dabezies, fue la revista de humor más “jugada” de la época, todo el tiempo colgando de un hilo sobre el vacío, mostraba en 1982 las ironías más admirables al pueblo oriental.
Entre ellas las historias del “Sevaca bar”, y los chistes de sus potadas, como la número cuatro donde bosquejaban a Gardel evocando al palacio legislativo con lagrimas en los ojos.
Su éxito fue tal que para su sexto número alcanzo los 44.000 ejemplares. Pero la dicha duró poco, porque para cuando se disponían a lanzar su número ocho, con 52.000 ejemplares solicitados, los militares captaron sus intenciones y dispusieron su clausura.
El presidente de facto Gregorio Álvarez envió al Ministerio de Cultura una petición de “análisis pornográfico” de la revista para determinar su cierre. Puesto que las autoridades del ministerio negaron dicha acusación, de todas formas se dispuso el cese de la publicación por este supuesto delito.
Un poco menos sutil, pero no menos meritorio fue el trabajo del semanario “Opinar”. Tras el intento fallido de reforma constitucional en noviembre 1980, las autoridades de las FFAA se vieron rechazadas y ofuscadas por la opinión pública.
En este ambiente sale a la venta el 4 de diciembre el número cinco de “Opinar” que evocaba la voluntad popular de las urnas, bajo el titular “El pueblo dijo no”. Asimismo defendía la campaña que ex -parlamentarios forjaron por el “no” a la propuesta en todo el país. Obviamente ese fue su último número.
El mismo 1980 fue el año del “Mundialito”, pequeño campeonato de fútbol organizado aquí, donde participaron los finalistas del mundial de 1930.
La selección nacional salió victoriosa, pero el hecho más trascendente ocurrió en los festejos. Mientras los parabrisas de los autos se movían simulando un “no” al proyecto de reforma, miles de personas en el Estadio Centenario gritaban en sincronía: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.
En 1984, con el gobierno militar llegando a su fin, sale “Guambia”, continuadora de “El dedo”, con su mismo staff y bajo la dirección de Nelson Caula, siguieron la línea crítica y humorística de su predecesora durante quince años más.
Los diarios de esos tiempos, casi todos funcionales al régimen, se preparaban ahora para volver a su antigua “política democrática”, lavándose las manos cual Poncio Pilatos después de doce años de simular una dizque adición al sistema.
Para todos los uruguayos 1985 era solo festejo, también para los mismos militares, que buscaron la mejor salida al dilema en la que estaban. Y es así que con el “Pacto del Club Naval” y la Ley de Caducidad, Uruguay vuelve a la democracia, a las elecciones, y a “La imperiosa libertad de expresión”.
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